lunes

2009/07/17 Apego y olfato

(Escrito para el blog)


Una de las grandes virtudes de la teoría del apego es que no requiere de grandes teorizaciones. El sustento mayor proviene de la observación empírica de las relaciones humanas, a lo que se suman experimentos y pruebas que se han ido enriqueciendo con los cada vez mayores conocimientos en el terreno de la neurobiología y la etología.

Más allá de la natural inquietud por conocer cada vez más sobre los misterios del cerebro y de la mente humana, está el acicate que representan los crecientes problemas de adicción o las dificultades en el establecimiento de vínculos equilibrados. Ni qué decir de la literal pandemia de trastornos borderline, de ansiedad y de depresión con la que convivimos; y, cómo entender profundo arraigo de las modalidades de corrupción que han cobrado dimensiones inconmensurables, haciendo tambalear al colectivo social y a sus organizaciones más emblemáticas.

Es muy probable que uno de los determinantes de este estado de cosas tenga que ver con el paulatino alejamiento de nuestras pautas básicas, naturales, de comportamiento relacional. La civilización actual ha logrado seducirnos con modas y prácticas que han ido mermando nuestro funcionamiento natural, fisiológico, en desmedro de una adecuada experiencia de apego.

La mecanización de las prácticas médicas, su deshumanización, ha ido convirtiendo en una práctica de rutina, en una situación “normal” la separación del bebé y su madre. La manipulación del parto desvirtúa los tiempos biológicos, a lo que se suma la creciente apelación a cesáreas, muchas veces como consecuencia de la asincronía biológica provocada.

Felizmente, hay un creciente movimiento, en el mundo, tendiente a reinstalar el mandato biológico de encuentro entre la madre y su bebé.

Es necesario remarcar que el período de apego temprano gravita de manera crucial en el desarrollo futuro de la funcionalidad cerebral, en particular de la capacidad para vincularse y enfrentar situaciones de estrés. El exceso de estrés temprano es desastroso para el futuro vincular del bebé.

El encuentro entre la madre y su bebé está lleno de detalles trascendentes. Toda una programación genética se echa a andar en ambos, apenas el bebé llega al mundo.

Uno de los primerísimos retos a resolver es el de generar una impronta de reconocimiento mutuo entre la madre y el bebé. Para tal fin, la naturaleza ha previsto que, en esas circunstancias, el sentido del olfato se encuentre particularmente sensible.

Al momento de nacer la capacidad olfativa del bebé se encuentra en su máxima expresión. Con el tiempo, irá decreciendo, pero, en estos momentos le resulta indispensable para detectar la presencia de la madre y orientar su búsqueda de cercanía protectora.

Si, luego de nacer, se le coloca sobre el pecho desnudo de la madre, el bebé reptará hasta encontrar el pezón materno, guiado por su olfato. El pezón tiene ese olor particular a la madre que el bebé no olvidará jamás. Pero, no nos equivoquemos, no es el olor a leche. Es la “marca personal” extensiva del olor amniótico con el que ya está familiarizado: el aroma materno, ya inconfundible, que se va reencontrado en cada cercanía, en cada contacto con su piel.

Por su parte, la madre, también, percibe los olores de su bebé, entremezclados con aromas amnióticos, generando memorias olfativas básicas que perdurarán por siempre y que permiten a la madre encontrar a su bebé usando el olfato, aún en medio de un grupo de otros olorosos bebés.
A lo largo del embarazo, la madre va teniendo una serie de transformaciones en su anatomía funcional. Una de estas transformaciones se da en el bulbo olfatorio, en donde se produce un incremento de hasta un 60% de las células mitrales*, asegurándose (la naturaleza) de que la madre cuente con la sensibilización olfativa necesaria para el reconocimiento y estímulo de encuentro con su bebé.

En el bebé, el reconocimiento del olor de la madre se da casi de inmediato, basta permitir que la experiencia sensorial se produzca (no separarlo de la madre), pronto se asocia con otros olores provenientes de la madre, como la leche, la sudoración, sus variaciones humorales, etc.

La percepción del olor materno tiene un efecto sedante para el bebé; es el olor a cercanía, a seguridad protectora. Observaciones realizadas al respecto, muestran que el bebé no se tranquiliza con el olor de prendas que no sean las de la madre, aún tratándose de prendas de otras parturientas.

Una investigadora, la Dra. Ma. Rosa García Medina***, en Argentina, encuentra que las madres tardan un poco más en establecer el reconocimiento olfativo de sus bebés y que mucho depende del tiempo que los tengan consigo luego de nacidos. En un test aplicado a un grupo de madres, observó que aquellas que los habían tenido menos de nueve minutos, no tuvieron significativos aciertos en el reconocimiento de prendas entre las que estaba la de su bebé. El reconocimiento iba in crescendo hasta un 90% en aquellas que los habían tenido a solas, entre 10 y 60 minutos. Aquellas que los tuvieron más de una hora, no tuvieron errores al distinguir las prendas de sus bebés entre las alternativas presentadas.

Con el tiempo, el olfato guía a la madre en el reconocimiento de cada circunstancia por la que esté pasando su hijo, comenzando por las naturales y propias de su fisiología, hasta alteraciones del olor que pueden corresponder a alteraciones o enfermedades, lo que las puede orientar hacia la necesidad de una mayor atención y cuidados o, acaso, la oportunidad de hacer una consulta médica.

Diferentes autores observan una perturbación en el desarrollo del registro olfativo del bebé respecto a su madre, debido a la ausencia de contacto en los instantes posteriores al parto. Esta interferencia en el encuentro temprano deriva en que estos bebés muestran dificultades para amamantarse en forma adecuada.

En las madres, la separación precoz de sus bebés, a más de no instalar el registro del olor de su bebé, deriva en una baja puntuación en el registro de actitudes cariñosas. Kennel, (98), citado por Gomez Papí***, dice que en Tailandia, Rusia, Filipinas y Costa Rica, la incidencia de abandonos maternos disminuye en proporción directa al contacto precoz entre madre y bebé y al hecho de compartir la habitación.

El olfato sigue teniendo una crucial importancia a lo largo del período de lactancia. Es notorio cómo el bebé prefiere la teta que no ha sido lavada a la que sí lo ha sido. Posteriormente, el bebé encuentra posibilidades de desplazamiento de la relación olfativa, en presencia de la madre, hacia objetos que huelan a ella, con lo que logra igualmente un efecto tranquilizador.

Es interesante recordar que en la configuración del llamado “objeto transicional”, (aquel osito o pedazo de trapo al que se aficiona el bebe como elemento vivo y acompañante), tiene un rol importante el olor, en este caso a "sí-mismo-en-ese-objeto", que adquiere paulatinamente las mismas propiedades sedativas del olor materno. Por cierto, puede resultar muy perturbador que los padres no comprendan la importancia del olor y laven solícitamente su prenda querida.

Volviendo a los inicios, a la impronta olfativa necesaria, es imprescindible tomar conciencia, especialmente por parte de los neonatólogos, que es sumamente perjudicial separar a la madre de su bebé en los momentos iniciales de la vida. Más aún si esta separación es prolongada. Es un desencuentro que deja huella. El estrés que se origina puede dejar marcas que distorsionan la organización neural del bebé, en particular en lo que respecta a su expresión vincular afectiva y a las posibilidades de confianza en sí mismo y en el entorno.

Las fallas que se producen en el apego temprano con la madre son la matriz de todos esos desencuentros consigo mismo y con los demás, que mencionábamos al principio. El otro no llega a existir como tal, apenas alcanza a ser aquéllo que podemos usar, pero sin los lazos propios de un vínculo sensible, solidario y empático.

Sin un buen apego temprano puede llegar a ser imposible ponernos en el lugar del otro. Y lo más probable es que un vacío inexplicable nos impida encontrarle sentido a la vida.


Notas y bibliografía

* Vargas, Adriana... Chaskel, Roberto... Neurobiología del Apego. En: Avances en psiquiatría biológica. Vol. 8, 2007.

** García Medina, María Rosa... En artículo publicado por el Diario la Nación "Los recién nacidos reconocen a su madre por el aroma". http://www.genaltruista.com/notas/00000015.htm

3 comentarios:

Unknown dijo...

Hola Pedro
Entré a visistar tu blog dado que hoy es un día especial y no podía pasarlo sin hacerte una "visita" y en lugar de venir a dejarte un regalo,me llevo uno: Este artículo en el que hilvanas tan fino sensaciones, emociones tan tiernas del bebe con su madre y viceversa, ¡tan importantes y fundantes en la vida de todo ser humano!.
Recuerda que hay un curso de apego que ibas a preparar, mientras tanto gracias por este regalo que llevo conmigo no sin antes desearte un ¡Feliz cumpleaños hoy!
Con mucho "apego"
Yirka

valle dijo...

Muy interesante tu publicación. Pude constatar esta experiencia en mi misma como madre y en la observación de pacientes donde la historia alrededor de su nacimiento estaban presentes o ausentes, los detalles que conformaban esta primera experiencia. Muy significativo encuentro(el nacimiento) que la medicina moderna descarta como fundacional del equilibrio vincular de las personas.

Anónimo dijo...

Anónimo dijo:
Esta es mi primera visita a su blog. Encontré muchos temas interesantes como para discutir. Por la cantidad de comentarios acerca de sus artículos, imagino que no soy el único que los disfruta.