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2012/11/12 Del poder del apego al apego al poder

XV Congreso del CPPL "El poder y sus transformaciones: una mirada psicoanalítica".  Lima, 9 – 11 de noviembre de 2012.


El ser humano ha llegado a convencerse de que puede elevar su poder por encima del de la naturaleza.

No se puede negar que se han logrado realizar grandes hazañas en el terreno de la ciencia y la tecnología, al punto de estar al alcance de poder “crear vida”, con el agregado de contar ya con recursos, de impensables consecuencias, en el terreno de la manipulación genética.

Esta soberbia creadora nos hace perder de vista el inmenso trabajo evolutivo que ha tenido que transcurrir para que la arquitectura biológica logre la complejidad que se nos muestra al presente. Son miles de millones de años de paciente labor que “garantizan” el producto y, aun así, vemos que se presentan fallas.

Lamentablemente, a estas fallas se les vienen sumando aquellas generadas por el hombre, como consecuencia de su mala relación con la naturaleza.

Un hecho tangible que compartimos, en relación al uso del poder en la especie humana, es la observación de que a la larga prevalecen las desmedidas ambiciones personales de quienes prometieron usar sus fuerzas y talentos en beneficio de la mayoría. Cunde el individualismo y colapsan los valores. La capacidad para establecer lazos de unión en favor de la especie pareciera ya no existir.

En nuestro mundo globalizado, el poder se acumula con demasiada frecuencia para imponerse y dominar; su ejercicio es voraz y desmedido, sin atender y, menos aun, reparar, lo que se suele denominar “los daños colaterales”. No importa depredar los bosques, generar guerras o catástrofes climáticas. A la manera de un cáncer generalizado, hay que seguir, a costa de lo que sea, reteniendo el poder.

El desmedido afán de poder ha corroído las buenas intenciones de los tantos enunciados sobre derechos humanos, generándose un lastre cada vez mayor de corrupción que nos mueve a preguntarnos si no estamos funcionando con los modelos propios de una psicopatización social.

En ese sentido, para los fines de este artículo, quiero enfatizar la desatención que la cultura actual viene dando a la relación temprana entre la madre y su bebé, así como las consecuencias posibles en el deterioro del uso del poder.



El poder del Apego

Todo el poder de la naturaleza subyace en la delicada textura de la experiencia de apego temprano. El bebé debuta en la vida con particulares poderes. Uno de ellos, apenas considerado, es el de estimular en la madre reflejos complementarios a sus requerimientos de sobrevivencia y desarrollo. Es un sujeto de influencia, sostenido en el inicio por la simple expresión de su propia naturaleza.

Pero, he aquí que, dicho poder requiere, para consolidarse, de una particular ligazón interactiva con la madre. A ella, también, la naturaleza y su experiencia personal le prodigan talentos de raigambre psiconeurobiológica, que se activan a lo largo del embarazo y que se expresan de manera propicia en el encuentro (de la madre saludable o suficientemente buena) con su bebé luego del parto.

Digamos que, en el comienzo, ambos están en un punto de encuentro sostenidos por una sincronía decantada por millones de años de evolución. De ella depende, en gran medida, el desarrollo neurobiológico y emocional del bebé. De la madre depende la existencia misma de su bebé, sin ella muere. En la dedicación a su cuidado, la madre estará en condiciones de postergar otras actividades, inclusive las vinculadas a su propia sobrevivencia.

Como sabemos, el desarrollo de todo este potencial del bebé, en realidad, transcurre en circunstancias más bien de extrema indefensión y de absoluta dependencia del entorno materno. Es por eso que el sentimiento de poder derivará esencialmente de la experiencia de haber activado en la madre respuestas acordes a sus necesidades tanto físicas como emocionales.

Y, siendo las emociones el vehículo comunicacional primario, es indispensable que la madre responda en la medida y tiempo oportunos, de forma tal que la consecuencia de la regulación de la intensidad de las emociones sea percibida por el infante como un efecto natural y estable.

Es entonces que se produce en el bebé el registro de una experiencia de necesidad inquietante en el contexto de una cobertura oportuna. En realidad, se trata de una experiencia de debilidad, de una condición extrema de fragilidad, que se sostiene y fluye sin contratiempos gracias al apoyo de un entorno confiable, que no es del todo reconocido como tal, pero que deja las huellas de una impronta que muchos autores han tenido en llamar “la confianza básica”.

El poder derivado de un desarrollo en confianza básica se sustenta en la aceptación de la humana fragilidad, de la debilidad propia y la ajena, no de su repudio. Es más bien la confianza de poder-con-un-otro, de la necesidad de hacer alianzas para poder resolver las coyunturas propias de la adversidad humana o de los retos creativos para el desarrollo individual o del conjunto.

El uso del poder que deriva de un desarrollo temprano con confianza básica no deviene en una necesidad por sí mismo. Aquel que es fuerte y poderoso no requiere imponerse, más bien prevalece en su expresión de compartir su fortaleza, ayudar, servir, dar y recibir, en un encuentro armónico con el otro. No hay apego al poder.

Es más, en el ejercicio del poder, es posible que la persona que tuvo un apego temprano seguro simplemente integre los recursos de otros sin que él mismo tenga que ser el más fuerte. El poder derivaría, entonces, de la posibilidad de representar e integrar, de colocarse en cualquier rol en función de los objetivos grupales.

No hay necesidad de imponerse o someter al otro; menos aún de rebajarlo o denigrarlo. La necesidad de control se instala en función de lo razonable y necesario, como salvaguarda del objetivo común, y es ajena a exagerados sentimientos de temor o venganza, menos aún a la intención de explotar la debilidad del otro. El rival es alguien con quien se puede negociar o entrar en competencia, enriqueciéndose mutuamente de la experiencia de ganar o perder.

Hay un disfrute vinculado a no tener que sostener el poder, de compartirlo o delegarlo. Esto suele estar en relación con la capacidad de estar a solas o de ejercer la libertad creativamente, sin tener que aislarse de los demás. Por cierto, es también la libertad del otro un anhelo vinculado a su forma de amar y ejercer el poder sobre los que lo aman.



El Apego al poder

Las perturbaciones en la relación de apego temprano movilizan de manera variable los sistemas de alerta del bebé en desarrollo. El estrés resultante puede llegar a constituirse en el motor de una organización basada en la necesidad de defenderse de un entorno sentido como adverso o pobremente sostenedor, no confiable como “base segura”. La emoción que tipifica esta condición es el miedo y, en un grado mayor, el pánico, la sensación abrumadora de desamparo y riesgo de muerte.

En la mayoría de los casos, si no en todos, esta condición se genera cuando la madre acompaña de manera insuficiente el desarrollo de su bebé. Mejor diría, complementa inadecuadamente los requerimientos de interacción sincrónica con él, sea porque no tiene desarrollados los recursos propios para una “lectura sensible” de los mensajes del bebé o porque simplemente asume el dictamen de una sociedad que prioriza la manutención material por encima dela importancia del vínculo, motivo por el cual es posible que esté más en el trabajo que con su bebé.

Por cierto, existen también circunstancias en que hay violencia física o emocional en el entorno y la afectación en el bebé adquiere carácter de traumática.

Grados variables de desregulación emocional aparecerán en sus relaciones futuras, desde el desborde emocional o impulsivo hasta la total inhibición del registro afectivo, en medio de lo cual los mecanismos de defensa hacen sus mejores esfuerzos para lograr algún equilibrio.

Detrás de la organización defensiva subsiste el telón de fondo de la desconfianza básica y el riesgo permanente de un desequilibrio acechante o de un naufragio total (ya instalado en su registro emocional inconsciente). Por ese motivo, sin causa aparente, podemos observar desde la infancia expresiones de inseguridad, inquietud, ansiedad flotante, aprehensión, descontrol de impulsos, rabietas, manipulación emocional, etc.

Hay quienes mantienen a raya la ansiedad aprehensiva con comportamientos sobre-adaptados (como los “chiquiviejos”), desde donde suelen ser convincentes y hasta admirados por su raciocinio precoz. Incluso, algunos tienen una suerte de soltura graciosa y seductora. Así, logran el control sobre sus objetos de necesidad. Todo va bien hasta que algo rompe el asidero de compensación y, entonces, el fracaso o la frustración devienen en un drama desmesurado, porque reaparece la predisposición a vivir traumáticamente la pérdida del control, salen al primer plano las huellas del dolor o del desamparo temprano.

En otros, podemos observar que, desde muy temprano, buscan a los más débiles para ejercer dominio y sometimiento, a veces hasta con crueldad. La necesidad de ejercer su poder sobre el otro habita en nuestro remozado “bullying”, en el que varios se unen para ejercer dominio y maltrato sobre una víctima en la que depositan sus aterradoras debilidades.

Winnicott describe esta situación de la siguiente manera: el derrumbe en el presente es en realidad un derrumbe que ya ocurrió .

La opción sería, entonces, poder… o derrumbe. Y, como quiera que con el poder solo compensamos pero no resolvemos la situación de origen, no hay otra alternativa que aferrarse al poder para mantener alejado al fantasma del derrumbe original.

Hay diferentes grados y matices en que la necesidad de poder enraíza en las vidas de quienes tuvieron insuficiente apego temprano seguro. Un común denominador de este esfuerzo por tener el poder es una suerte de obsesión por lograr el control de los demás, a lo que se suele sumar un sufrido afán por sobresalir, más allá del simple desarrollo placentero de los propios potenciales.

En los más equilibrados, encontramos que no tienen problemas para organizar defensas “efectivas” si los asiste algún talento. Por ejemplo, si son estudiosos, inteligentes, o tienen buena memoria; en otros, si logran inhibir su espontaneidad y “se portan bien…” Mucho depende de la interacción con el medio y de las posibilidades de “aplacar” las expectativas que sobre ellos recaen. Este esquema sostiene un cierto orden y control pero, en buena medida, conlleva un “sometimiento” a la autoridad cuya demanda nunca dejan de sentir. Se convierten en los “perfectos” para trabajos en dependencia… y, por supuesto, siempre estarán pendientes de la descalificación, motivo por el cual suelen sacar las mejores calificaciones.

La idea de perfección de sí mismos se constituye en su talismán, en su instrumento de poder, siempre precario, contra el desastre…que siempre seguirá pendiente… y que, además, siempre será inminente.

Otros casos hay en que la interacción se enreda más abiertamente en el juego del poder y es cuando las tensiones familiares comprometen el comportamiento en un juego constante de fuerzas en el que un aparente poder se estructura desde el ejercicio de “la autoridad que censura” (la de los padres) versus el hijo que permanentemente se les enfrenta o provoca. Tendremos, entonces, a la vista, casos de personas que se “empoderan” mediante discusiones estériles sin resultantes creativas y, menos aún, resolutivas, en el intento de relacionarse con el otro.

En casos cercanos a este modelo, el poder de los padres o de sus representantes sociales se ejerce desde una aplicación irracional de la sanción con poco o nulo esfuerzo por la comprensión del otro. Se trata fundamentalmente de someter o rebajar a alguien, que podría ser el hijo, el alumno o el adolescente marginal… No es difícil percatarse de la rigidez con que sostienen sus juicios. Ellos también tuvieron una experiencia de apego fallida.

En la contraparte, en el hijo, es posible encontrar que, desde una aparente oposición, se configura un juego de poder en el que él (el hijo) se constituye en el “chivo expiatorio”, de manera que siempre estará “portándose mal” como una forma de poder sadomasoquista con el que logra hacerse del control de la atención de los padres, con modales que pretenden una distancia y diferenciación pero que no logran ocultar las trampas visibles de una identificación primitiva que recuerda las formas propias del aferramiento melancólico.

No nos es ajena la observación de las groseras perturbaciones empáticas que muestra un gran sector de nuestra dirigencia política. Sin ahondar más en el tema, agregaría que es tan solo una muestra de ese mal mayor que padece nuestra sociedad actual. La postulación de este trabajo es que hemos desdeñado el poder que nos otorga la naturaleza en favor de este remedo de poder que poco o nada tiene que ver con nuestros intereses como especie.

Volvamos pues a las bases, reconstruyamos nuestro colectivo social, tomemos conciencia de que podemos transformar el mundo en que vivimos si comenzamos por brindar un apego seguro a nuestras próximas generaciones.


Bibliografía

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